Lo que pensamos

Yo he visto cosas que vosotros nunca creeríais…. 1989, la caída de un muro que no sólo era una construcción de piedra, sino un orden del mundo. 2001, los escombros de las Torres Gemelas que nos devuelven abruptamente al desierto de lo real…

El muro de Berlín o las Torres Gemelas sólo son dos iconos de una generalizada caída del sentido que acompaña la condición contemporánea: la dificultad para leer el mundo y lo que (nos) pasa con las escalas y los mapas que hemos heredado. Un mundo en crisis es, ante todo, un mundo que no se deja pensar. El miedo y la urgencia nos instalan en una situación de amenaza en la que supuestamente no hay tiempo para pensar y de la que supuestamente sólo los expertos nos pueden salvar.

Por esa razón, las viejas preguntas esenciales exigen ser reformuladas y pensadas de nuevo: quiénes somos, qué podemos conocer, qué podemos esperar, qué debemos hacer. La necesidad de conquistar espacios de pensamiento es la condición para tomar el mundo en nuestras manos.

Pero, ¿quién piensa? ¿Dónde se está pensando hoy?

Durante tres décadas, en España se ha impuesto la Cultura de la Transición (CT), una cultura consensual y desproblematizadora que se edificó -como la transición misma- sobre la derrota de los sueños de emancipación y comunismo de los años 60 y 70. La CT hizo un reparto de funciones y veló para que cada cual no se moviese de su sitio: la política para los políticos, la información para los medios de masas, la palabra para los expertos, las alternativas para los movimientos sociales y el «sálvese quien pueda» para la sociedad.

Hemos crecido bajo la Cultura de la Transición. La vemos ahora desintegrarse lentamente con un asombro impregnado de gozo. El 11-M de 2004 es la fecha que hace visible un punto de inflexión, un antes y un después.

Lo que va surgiendo poco a poco entre las ruinas de la CT en implosión no es una Cultura con mayúsculas pero de signo opuesto (con sus intelectuales críticos, sus medios de comunicación críticos, sus periodistas críticos, sus escritores críticos, etc.). La época de los Grandes Vigías parece acabada. Su legado no se reproduce en las nuevas generaciones, que alguien ha llamado post-alfabéticas, educadas en la cultura de la imagen y de las cultura pop, sin otro acerbo que el de los cómics, la música electrónica, la televisión o Internet.

Pero no por ello hay déficit de pensamiento. No por ello estamos desamparados, sin lentes para leer la realidad con autonomía. Lo que ocurre es que esas lentes ya no son ni serán propiedad exclusiva de Los Grandes Nombres de una Cultura con Mayúscula, sino mecanismos descentralizados, difusos, colaborativos, cooperativos, reticulares. Si no nos disponemos para escuchar ese cambio, la única salida es la nostalgia de tiempos (críticos) mejores que ya no volverán.

Hoy en día, los límites de las instituciones han estallado como el fruto maduro de un granado y las semillas rojas se han diseminado por el aire. Por doquier germinan redes sociales y extrañas constelaciones que reelaboran las viejas preguntas esenciales a partir de las propias vidas sacudidas y los propios problemas situados. Precisamente porque los Grandes Vigías han muerto, precisamente porque ya nadie quiere seguir los caminos trillados, ahora a todo el mundo le toca pensar. Y mucha gente lo está haciendo, sola o en compañía. En compañía de películas, de libros, de música o de amigos.

Blogs, espacios «Facebook», redes sociales, nuevas formas de cultura popular (cultura convergente y filosofía 2.0), movilizaciones sociales de nuevo tipo, centros sociales de segunda generación, comunidades de afectados que toman la calle y afirman en voz alta nada sobre nosotros sin nosotros. Multitud de experiencias que filosofan a su manera: profana y amateur, colectiva y sin autor, práctica y experiencial, provisional y en proceso. Esta nueva filosofía, que a nosotros nos gusta llamar filosofía de garaje porque hace mucho con muy poco, agujerea el control de la palabra. Inventa otras racionalidades, otras sensibilidades, otros hechos y evidencias, otros sistemas de valoración y juicio. En definitiva, crea nueva realidad. Esa nueva realidad a veces nos gusta más, a veces menos y a veces nada de nada, pero su novedad es que ya no se genera desde arriba (en un partido, un sindicato, un periódico, un museo), sino por abajo.

Movimientos sociales que no son movimientos sociales, sino casi diríamos más bien Objetos Voladores No Identificados. Difícilmente perceptibles para los radares del pensamiento crítico tradicional debido a su falta de pureza en lo que dicen y lo que hacen, a la dificultad para sumarlos a los movimientos sociales alternativos y/o antisistema. Movimientos que no tienen como referente a la izquierda ni aportan una alternativa global a la sociedad, pero que sin duda tienen capacidad de transformación y, en ocasiones, de crítica y de liberación. Y que no se hacen fuertes con las identidades ni las ideologías, sino que extraen su fuerza de la afectación en primera persona y del anonimato colectivo.

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