¿La radio sirve para pensar?

13 Ene

De la lectura del libro Sobre la televisión, de Pierre Bourdieu, en relación al problema de si podemos usar un programa de radio para pensar, extraigo las siguientes citas:

Si se pretende que alguien que no es profesional de la palabra consiga decir algo (y entonces con frecuencia dice cosas absolutamente extraordinarias, que la gente que se pasa la vida monopolizando la palabra ni siquiera sería capaz de pensar), hay que llevar a cabo una labor de asistencia de la palabra.

Para enaltecer lo que acabo de decir, añadiré que eso sería la misión socrática llevada a su máxima expresión. Se trata de ponerse al servicio de alguien cuya palabra es importante, de quien queremos saber qué tiene que decir y qué piensa, y por ello le ayudamos a expresarse.

Pero no es, ni por asomo, lo que hacen los presentadores. No sólo no ayudan a los desposeídos, sino que, por así decirso, los hunden. De mil maneras: no dándoles la palabra en el momento adecuado, dándosela cuando ya no la esperan, manifestando impaciencia, etcétera.

Hay otro factor invisible aunque absolutamente determinante: el dispositivo montado previamente, mediante conversaciones preparatorias para sondear a los participants que puede desembocar en una especie de guión, más o menos rígido, como un molde al que los participantes han de adaptarse (en algunos casos, al igual que ocurre en algunos juegos, la preparación casi puede llegar a tomar la forma de un ensayo).

En este guión donde todo está previsto de antemano la improvisación prácticamente no tiene cabida, ni la palabra libre, sin cortapisas, considerada demasiado arriesgada, incluso peligrosa, para el presentador y su programa.

Decía al empezar que la televisión no resulta muy favorable para el expresión del pensamiento. Establecía un vínculo, negativo, entre la urgencia y el pensamiento. Es un tópico antiguo del pensamiento filosófico: es la oposición que establece Platón entre el filósofo, que dispone de tiempo, y las personas que están en el ágora, la plaza pública, las cuales son presa de las prisas. Dice, más o menos, que cuando se está atenazado por la urgencia no se puede pensar. Opinión francamente aristocrática. Es el punto de vista del privilegiado, que tiene tiempo y acepta sus privilegios sin hacerse demasiadas preguntas.

Pero no es éste el lugar para debatir esa cuestión; lo que está claro es que existe un vínculo entre el pensamiento y el tiempo. Y uno de los mayores problemas que plantea la televisión es el de las relaciones entre el pensamiento y la velocidad. ¿Se puede pensar atenazado por la velocidad? ¿Acaso la televisión, al conceder la palabra a pensadores supuestamente capaces de pensar a toda velocidad, no se está condenando a no contar más que con fast thinkers, con pensadores que piensan más rápido que su sombra…?

Hay que preguntarse, en efecto, cómo son capaces de responder a estas dondiciones absolutamente particulares, cómo consiguen pensar en unas condiciones en las que nadie es capaz de hacerlo La respuesta, me parece, es que piensan mediante «ideas precondebidas«, es decir, mediante «tópicos». Las «ideas preconcebidas» de que habla Flaubert son ideas que todo el mundo ha recibido, porque flotan en el ambiente, banales, convencionales, corrientes; por eso el problema de la recepción no se plantea: no pueden recibirse porque ya han sido recibidas.[…] La comunicación es instantánea porque, en un sentido, no existe. O es sólo aparante.

El intercambio de ideas preconcebidas es una comunicación sin más contenido que el propio hecho de la comunicación. […] Y por el contrario, el pensamiento es, por definición, subversivo: para empezar ha de desbaratar las «ideas preconcebidas» y luego tiene que demostrar las propias […] lo cual lleva su tiempo.

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